OAXACA ES NOTICIA

‘La sociedad de la nieve’ del siglo XVI: situaciones extremas, hambre y canibalismo

La inanición fue la principal causa de muerte entre los conquistadores, según cuenta el catedrático de Historia Antonio Espino en su ensayo ‘Exploradores del Nuevo Mundo’

‘Desembarco de Hernán Cortés’, cuadro de Antonio María Esquivel. (Wikipedia)

Soportaron travesías terribles, naufragios espantosos, marchas extenuantes, aguaceros interminables, ataques de animales, plagas de mosquitos que se cebaban con ellos, enfermedades que les dejaban el cuerpo lleno de llagas y de pústulas, las flechas envenenadas que les lanzaban los indios… Y sobre todo hambre, muchísima hambre. Tanta que algunos incurrieron en el canibalismo.

Hablamos de las penalidades extremas que padecieron los entre 10.000 y 15.000 hombres que emprendieron la conquista de América. Son numerosos los libros y estudios que dan cuenta de los horribles sufrimientos que la población nativa padeció tras la llegada de los españoles al Nuevo Mundo. Pero es mucho más reducida la bibliografía que relata las espantosas penalidades que soportaron esos primeros conquistadores.

El historiador Antonio Espino, catedrático de Historia Moderna en la Universidad de Barcelona y con 30 años de experiencia a sus espaldas en el estudio de la América colonial, ha querido poner los puntos sobre las íes. En 2022 ya publicó La invasión de América (Arpa), un libro que se centraba en las acciones militares que dieron pie a la conquista del Nuevo Mundo y en lo profundamente brutal y sangrienta que fue aquella. Y ahora publica Exploradores del Nuevo Mundo (Arpa), un ensayo de más de 400 páginas basado en las varias crónicas y relatos de la época y que pone el foco en las expediciones que recorrieron aquellos territorios desconocidos y en las durísimas condiciones a las que tuvieron que hacer frente. “Fue absolutamente terrorífico, hasta extremos que no nos podemos imaginar”, sentencia Espino.

La travesía hasta llegar a América ya constituía en sí misma una tortura. Los tripulantes viajaban hacinados y en lamentables condiciones higiénicas. Las vituallas con frecuencia escaseaban o se encontraban en pésimo estado. Bartolomé de las Casas narra por ejemplo cómo en la cuarta expedición de Colón, el bizcocho (pan horneado dos o tres veces para lograr que aguantara más tiempo) llegó a tal nivel de podredumbre que los navegantes preferían comer de noche las gachas que se hacían con él para no tener así que ver los gusanos que salían de aquella masa caliente.

Portada de ‘Exploradores del Nuevo Mundo’, el nuevo libro del historiador Antonio Espino.

Además, los viajes se podían prolongar durante meses, y con la falta de alimentos frescos comenzaron los problemas de escorbuto, enfermedad que se manifestaba con la hinchazón de las encías, así como con la inflamación y endurecimiento de la piel, en especial de las piernas, el rostro y la garganta. Los músculos quedaban rígidos y la boca se ulceraba, lo que impedía al enfermo tragar mientras se le caían los dientes entre un aliento fétido. El cuerpo se llenaba de pústulas por las que manaba sangre como si fuera sudor y el hígado y el bazo se hinchaban, provocando delirios y ataques de ira. Acababan muriendo de inanición, deshidratación, pérdida de sangre y asfixiados, porque los pulmones se iban secando. “Era una muerte lenta y muy dolorosa, y terrible también para los que la contemplaban sin poder hacer nada”, subraya Espino.

Pero ese era solo el principio. Ya en tierra, encontrar alimentos seguía siendo algo en ocasiones muy complicado. “El hambre es lo que más bajas causó, es algo que se menciona de manera recurrente en una gran diversidad de crónicas y relaciones de hechos”, destaca Antonio Espino.

«Hubo casos en los que los miembros de las expediciones mataron a indios para comérselos, pero fueron muy pocos casos y muy extremos»

La falta de comida fue en algunas situaciones tan severa y acuciante que desembocó en casos de canibalismo. Los miembros de la expedición en Panamá capitaneada por Diego de Nicuesa llegaron primero a comerse la placenta y demás restos del parto de una yegua que parió. Pero, aun así, a diario fallecían hombres de hambre y de sed, y los que aún seguían vivos cuentan que andaban a gatas de tan débiles como estaban. Algunos de ellos, como se recoge en Exploradores del Nuevo Mundo, se comieron el cuerpo hediondo de un indio muerto hacía algún tiempo.

También en la primera expedición a Buenos Aires hubo casos de antropofagia. Francisco de Vilalta, uno de los participantes, relató cómo varios de sus compañeros devoraron las piernas de dos ajusticiados. “Hubo asimismo algunos casos en los que los miembros de las expediciones mataron a indios para comérselos, pero fueron muy pocos casos y muy, muy extremos”, en palabras de Antonio Espino.

La sed de oro, la codicia pura y dura, fue el motor que impulsó a la mayoría de esos hombres a viajar al Nuevo Mundo y a soportar todas esas penalidades. Sin embargo, y con toda la razón, Nuñez de Balboa llegó a considerar más importante disponer de vituallas que encontrar oro. “Hasta aquí hemos tenido en más las cosas de comer que el oro, porque teníamos más oro que salud”.

El historiador Antonio Espino. (Cedida)

A la escasez de alimentos y de agua se sumaba también la falta de medios sanitarios. Bartolomé de las Casas cuenta, por ejemplo, como al quedarse sin hilo empezaron a emplear para coser las heridas cordeles (con el consiguiente dolor para el interesado). Y para cauterizar las heridas, taponarlas y evitar su infección se usaba grasa animal cuando la había, y cuando no grasa de cadáveres humanos.

Y qué decir de los animales: de los murciélagos que por las noches mordían a los españoles en el cuello y les chupaban la sangre, de las culebras venenosas que les picaban, de las pulgas que se les metían en las uñas de los pies, de las nubes de mosquitos que les perseguían a sol y a sombra…

“Excepto en la zona de Los Andes, había mosquitos por todos lados”, explica Espino. Eran tan insufribles que un grupo de expedicionarios, al llegar a una zona arenosa, decidió para librarse de ellos enterrarse en la arena y dejar solo al exterior la boca y la nariz para poder respirar”.

Las caminatas que soportaban aquellos hombres eran absolutamente extenuantes, y muchos las hacían además con los pies lacerados o repletos de llagas. Las fiebres y el agotamiento estaban a la orden del día y, por si fuera poco, con frecuencia también se tuvieron que enfrentar a aguaceros, tormentas, huracanes y otros desastres naturales.

Y aun así, en esas condiciones absolutamente adversas y miserables, en 50 años esas huestes habían logrado llegar por el norte al Gran Cañón, a las grandes praderas de los bisontes y al río Misisipi, y por el sur hasta la Patagonia actual, recorriendo miles y miles de kilómetros. “Se trata de una gran, gran gesta, de una increíble epopeya”, tal y como la califica el catedrático de Historia Moderna en la Universidad de Barcelona.

Espino no duda en atribuir a esas condiciones tan terribles muchas de las reacciones violentas y crueles que algunos españoles tuvieron con algunos de sus compañeros, con los integrantes de otras huestes y, sobre todo, contra los nativos. “Esa crueldad es sin duda producto de las espantosas condiciones en las que vivieron durante años. Cuando se ha pasado por pruebas terribles y se ha visto morir a amigos, quedan muy pocos escrúpulos morales a la hora de tratar a los indios”.

Fuente: ‘La sociedad de la nieve’ del siglo XVI: situaciones extremas, hambre y canibalismo (elconfidencial.com)